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El Padre es el Origen. El
Cristo es el Camino. Las cosas no existen por sí mismas, la existencia
inerte es una entelequia. Todo necesita de un impulso, y un impulso es
como un vector: Tiene una dirección y un sentido. La potencialidad
procede del Padre, del Cristo, la existencia. Ambas cosas las concebimos
separadas, pero son una sola.
El caos aparece cuando los vectores se enfrentan; el orden se instaura
cuando todo tiende a un mismo fin: Éste es el sentido del Camino. Pero
cualquier camino no puede aunar y recapitular todas las cosas del cosmos,
sino el Camino que procede del Origen mismo, que es el que se corresponde
con la potencialidad esencial de cada ser.
El Camino no es selectivo. Si lo fuera, todo lo que no estuviera dentro ya
no existiría. El Camino es perfecto, como perfecto es el Origen, pues a
nada le niega el impulso que le da la existencia. Pero no fuerza, sino que
deja marchar, porque sólo lo que elige en la libertad elige desde la
Verdad, y sólo lo que elige desde la Verdad carece de dobleces.
A esta llamada a la Unidad se le denomina Amor. Porque se fundamenta en la
esencia última de cada cosa y no en las actitudes externas. No existe
ninguna forma de verdadera espiritualidad que no esté impulsada por el
Cristo. En Él se sustentan el taoísmo, el budismo, el Islam, y todas las
formas de espiritualidad del mundo.
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